La ausencia de la interdisciplina y el facilismo de la corrección en la Educación Canina

La ausencia de la interdisciplina y el facilismo de la corrección en la Educación Canina

El mundo del comportamiento canino ha sido invadido desde hace décadas por programas de televisión que han puesto de moda terminología como “jefe de la manada” o “líder alfa”, y que han mal entendido (y, por tanto, mal informado) aspectos relacionados con la conducta de los perros.

Así, entonces, las personas que se han alimentado de estos shows televisivos han asumido que las conductas no deseadas se “corrigen”, porque al perro “hay que demostrarle quién manda en casa” para minimizar el riesgo de que note nuestra “debilidad” y termine siendo él quien tome el control de la relación social. Nada más alejado de la evidencia científica disponible al día de hoy.

Además, es sabido que ante la aparición de problemas de comportamiento de sus perros aún hay personas que consultan al vecino, al amigo que siempre ha tenido perros (que no garantiza conocimiento alguno en materia de comportamiento animal), a los grupos de RRSS y/o a tutoriales de YouTube.

Lo anterior plantea un escenario nebuloso que es preciso ir despejando con buena y fresca información, basada en la evidencia y alimentada por los enormes avances que el mundo científico ha logrado en materias ligadas al comportamiento animal durante los últimos años.

Nos atrevemos, entonces, a esbozar tres claves para que tutores y tutoras tomen buenas (ojalá) decisiones sobre el comportamiento y el bienestar de sus perros:

1) Los problemas de comportamiento no se solucionan con “correcciones”. Típico: “cuando el perro muestre los dientes o levante los belfos, ¡es momento de corregirle!”. Ello, como muestran algunos de estos programas televisivos, va generalmente acompañado de jalones de correa y, en algunos casos, complementado con el uso de herramientas aversivas, como collares de ahorque, púas y eléctricos. Si hay algo en lo que hoy existe abundante y voluminoso consenso en el campo de la educación canina y la etología en el mundo entero es precisamente en advertir que ese modelo (por llamarlo así) de enseñanza y educación es nocivo para el perro; inhibe comportamientos pero no modifica conductas de manera natural y adecuada; deteriora el vínculo entre el humano y el animal; y atenta contra el bienestar físico y emocional de los caninos.
Hoy, más bien, podemos hablar de entender antes de adiestrar (para comunicarnos mejor); de comprender antes de actuar; y de gestionar en vez de corregir.
La conducta de un perro será, en la mayoría de los casos, una respuesta detonada por una emoción. ¿Emoción? Si, señora, sí, señor, los perros tienen emociones, por lo tanto, si un perro es, por ejemplo, incapaz de gestionar la presencia de otros perros a su alrededor, por la razón que fuere (reactividad), la solución nunca será corregirle, sino entender por qué ocurre, cuándo ocurre, con qué intensidad ocurre y cómo trabajar con él, sobre la base del refuerzo positivo, para entregarle la mayor cantidad posible de herramientas que le permitan enfrentar mejor este tipo de situaciones. Lo anterior, por supuesto, acompañado de un plan robusto que involucre el fortalecimiento del vínculo y la eficiente y efectiva comunicación con su grupo humano.

2) La interdisciplina es clave. Muchas veces sucede que los perros no responden a una, dos, tres o más técnicas y/o estrategias de abordaje para tratar algún problema conductual, y, lamentablemente, terminan pululando de un educador/a otro/a sin resultado alguno. ¿Es un perro sin solución? ¡No! Es un perro sobre el cual no tenemos diagnóstico. ¿Diagnóstico? Sí, porque existen problemas biológicos y patologías asociadas al comportamiento que es necesario despejar y/o diagnosticar para saber cómo abordar de la manera más adecuada posible la rehabilitación conductual de un perro.
¿Un adiestrador o educador que interconsulta con un etólogo clínico deja de ser “bueno” o está menos preparado por el solo hecho de tener que apoyarse en otro profesional? No, al contrario: hablará muy bien de un educador o educadora el hecho de que ante la más leve sospecha de que el origen de una conducta no deseada sea orgánico sepa inter consultar con un etólogo/a clínico para contar con un diagnóstico. Así, con diagnóstico en mano, todo será más claro y menos tedioso. Familia, etólogo y educador sabrán qué hacer, cómo hacerlo y de qué manera abordar el proceso para el bienestar del perro.
¿Se imaginan que un perro que producto de un hipotiroidismo severo tenga comprometidas sus capacidades de adaptación (y que, por lo tanto, no esté gestionando bien situaciones de estrés cotidiano), caiga en manos de alguien que crea que eso se soluciona “corrigiendo” cada ladrido o cada grito, o cada gemido con jalones de correa y amedrentamiento físico-verbal? Terrible, pero sigue sucediendo más a menudo de lo que imaginamos.

3) Extrapolar los fenómenos de las relaciones intraespecíficas a la educación y relación humano/perro de manera literal puede resultar perjudicial. “Es que la vida está llena de estrés, aversivos y situaciones desagradables…entonces, el perro debe acostumbrarse a los aversivos y saber qué es una corrección cuando la merece”. Hemos escuchado esto tantas veces. Hasta cierto punto, la frase anterior tiene sentido. De hecho, es cierto que la vida está llena de situaciones estresantes que plantean escenarios tensos para los perros, que hacen que muchos generalicen y generen respuestas adaptativas complejas (reactividad, agresividad, huida y otras) frente a ciertas situaciones. Pero, ¿es motivo suficiente basarnos en que “la vida es dura” para justificar correcciones y castigo físico y emocional? Nosotros creemos que no. “Es que un perro le pegaría a tu perro si hace tal o cual cosa”, claro, probablemente sí, pero, ¿es motivo suficiente utilizar ese argumento para ser tú quien golpee al perro? Nosotros creemos que no. “Es que cuando son cachorros la mamá los muerde en el cuello y les corrige con firmeza…”, sí, pero, ¿es correcto basarnos en aquello para ser uno quien vaya por la vida dando toques en el cuello al perro por cada cosa que hace que a nosotros no nos gusta? Nosotros creemos que no.

No porque los perros a veces resuelvan sus problemas por la vía del conflicto físico (las agresiones forman parte del repertorio conductual natural de los caninos) nosotros vamos a hacer lo mismo con ellos. La ciencia del comportamiento, el adiestramiento y la educación canina han avanzado tanto durante la última década que seguir atascados en estas prácticas resulta impropio, desactualizado, nocivo y perjudicial para el bienestar físico y emocional de los perros.

Idealmente, y a modo de conclusión, nuestra visión del abordaje de los problemas de comportamiento es completa y absolutamente interdisciplinaria. No concebimos la práctica profesional de otra manera.
Hay áreas en las que la etología clínica es indispensable. Hay áreas en las que el adiestramiento, el entrenamiento y la educación canina son indispensables. Hay veces en que un educador/a necesita apoyarse en un etólogo/a clínico, y hay veces en que un etólogo/a clínico necesita apoyarse en un educador/a. Y habrá ocasiones en que ambos deberán apoyarse, primero, en un médico veterinario que deba tratar alguna patología que esté afectando el comportamiento de un perro (una displasia de cadera que genera dolor, un cuadro neurológico, un problema metabólico u otros).

No existe el o la profesional que todo lo sabe. No existe el o la profesional que por sí solo/a pueda resolver todos los problemas de comportamiento en los perros. No lo hay. Lo que existe es la interdisciplina: distintos profesionales abordando desde distintas áreas el comportamiento de los perros. Eso es bienestar. Eso es responsabilidad. Eso es lo indicado.

Nuestra filosofía

“El bienestar del perro está por sobre los objetivos de cualquier programa de adiestramiento”.