Humanización: el origen de muchos problemas

Humanización: el origen de muchos problemas

Humanizar corresponde al acto de asignar cualidades y características humanas a aquello que no es humano. El término más técnico sería antropomorfismo, algo que para el ser humano es casi imposible de contener, porque por naturaleza analizamos y abordamos todo lo que nos rodea desde nuestro propio punto de vista.

Así, entonces, el perro no ha quedado exento de este fenómeno. Los perros son constantemente humanizados en su diario vivir con las personas, y, aunque parezca a primera vista una muestra de amor y cariño, es una dinámica que aleja al perro de su naturaleza y le abre la puerta a comportamientos que luego tildamos como “no deseados”.

Cuando los seres humanos proyectamos la relación con los perros como si fueran nuestros hijos, estamos inconscientemente haciéndoles abandonar paulatinamente su naturaleza. Los tomamos en brazos, les ponemos ropita, les celebramos sus cumpleaños como si fueran niños o bebés, los cargamos en carteras, no les dejamos jugar con otros perros porque “se ensucian”, les hablamos todo el día como si estuviésemos hablando a un niño, les impedimos olfatearse el trasero con otros perros porque eso es “muy cochino” y tantas otras cosas que simplemente hacen que el perro deje de ser lo que es: ¡UN PERRO!

Tú, que estás leyendo esta columna, ¿crees que una perrita elegiría ir de compras para adquirir un vestido rosa o un “tutú”? ¿Crees que un perrito decidiría, por voto propio, vestir con humita y gafas de sol? ¿Te parece que un perro escogería vivir en brazos en vez de caminar sobre sus cuatro patas, olfatear, explorar y socializar?

Mucho de lo anterior tiene que ver con el egoísmo del ser humano, que acostumbra (como especie) a satisfacer necesidades propias por la vía de la tenencia de otras especies. Al humano le encanta el silbido de los pajaritos, pues compra una jaula y cuelga a tres o cuatro catitas en su terraza; o le encantan los perros, pues entonces se hace de un perro para “criarlo como a un hijo”. ¿No nos estamos dando cuenta de que estamos atendiendo nuestras propias necesidades emocionales a costa de pasar por encima de las necesidades de otras especies?

¿Por qué querríamos transformar a un perro en un bebé humano? El Canis Lupus Familiaris (perro doméstico) es una especie formidable, fiel, social, resistente, resiliente y muy adaptable. Pero olvidamos que es un animal, es un predador, un carnívoro, gregario y social, que necesita desarrollar conductas que son propias de su especie para gozar de un adecuado bienestar (sáquese a colación la redacción de las cinco libertades de Brambell, de 1965).

¿Puedo querer a un perro como quiero a un hijo? ¡Claro! ¿Puedo amar a un perro como amo a un miembro de mi familia? ¡Obvio que sí! Pero debo hacerlo respetando su naturaleza y entendiendo que amar a otro es entender, comprender y trabajar para satisfacer sus necesidades.

Si amamos a los perros, nos preocuparemos de su bienestar físico, mental y social. Nos abocaremos a que sea lo más perro posible y lo menos humano posible.

Un perro al que intentemos humanizar, de seguro no es feliz. Las fotos de Instagram de perritos con gafas, vestidos e incluso casados entre machos y hembras no son perros felices, sino animales siendo utilizados para satisfacer necesidades emocionales personales.

Amar al perro es respetarlo como animal y como especie. Ni más, ni menos.

Nuestra filosofía

“El bienestar del perro está por sobre los objetivos de cualquier programa de adiestramiento”.